martes, 4 de diciembre de 2007

De cómo he llegado aquí

Bueno, pues. Dicho lo dicho, voy a introducir un poco mi situación en la vida.

Nací en una ciudad pequeña. Pongamos... Soria, hace veintitantos años. Allí pasé mi infancia, en una ciudad pequeñita donde todo el mundo se conocía. No sé por qué, este tipo de ciudades me infunden más seguridad que las grandes. Aquí no es difícil encontrar nuestro sitio, digamos que casi viene definido de nacimiento. Nunca, o casi nunca, tenemos la impresión de encontrarnos perdidos. Pero por otra parte, también son lugares que acaban ahogando a las mentes inquietas. Me refiero a que hay que tener una gran capacidad para soportar la rutina si queremos vivir toda la vida en ciudades como mi querida Soria. Yo fui de estas que no pudo aguantar la monotonía, y se fue de allí a estudiar fuera. Estudié farmacia durante cinco años en Madrid. La experiencia fue encantadora, aunque siempre tendré la impresión que, debido a que tenía pareja en Soria, nunca acabé de terminar de disfrutarla. Durante el último año de carrera, no obstante, decidí cortar con mi pareja y comenzar a disfrutar de lo que la vida me estaba brindando. Y ese fue mi último y mejor año en Madrid, que acabé compartiendo con la única persona de quien me he enamorado, y por la que más he sufrido. Digamos, el gran fracaso sentimental de mi vida. Pero esta es una historia que contaré en otro momento.

Acabada mi carrera, pasé un año en el extranjero. Quería desconectar un poco, y esta fue la manera de hacerlo. Una vez de vuelta, y tras varios meses buscando trabajo, acabé haciendo prácticas en un una consultoría de Barcelona, donde a la larga he conseguido un empleo precario y mileurista, pero que me motiva mucho.

Barcelona... fue todo un reto para mí. Mi primer gran amor -el que conocí en Madrid- vivía allí y, aunque nunca quiso una relación estable, tampoco parecía dispuesto a salir de mi vida. Fracaso tras fracaso, mi ánimo se iba minando. Y en esas circunstancias, me costaba adaptarme a una ciudad impersonal que consideraba el máximo exponente de la hostilidad. No me malinterpretéis... di con gente estupenda, pero ése no era el problema. En Barcelona, cuando levantaba la cabeza en el metro, tenía la sensación de ser una hormiga insignificante en medio de un hormiguero donde ni conocía, ni importaba a nadie. La despersonalización me mataba, y mi estado de ánimo, demasiado vulnerable como para afrontar la situación, empeoraba día a día. Las frecuentes discusiones con mi jefe y un problema de salud vinieron de improvisto a agravar la situación, dejándome en un estado en que lo único que me planteaba era lo que toda la vida llevaba haciendo: huir. Me sentí más sola que nunca.

En ese momento, mi necesidad de desconectar me llevó a hacer un largo viaje en solitario, donde tuve mucho tiempo para pensar. Y así lo hice. Esa experiencia me ayudó bastante y cuando volví a Barcelona por fin me vi con fuerzas para seguir luchando. Y vencí, creo. Y allí llevo ya tres años, y aunque todavía no encuentro esa seguridad que siempre he buscado, por lo menos aguanto con la moral alta.

Ahora mismo, por motivos de trabajo, estoy en Holanda. No tardaré en volver a España. Creo que lo haré en navidades. Quizá no es mi mejor momento, este. De nuevo están volviendo los fantasmas, y ese sentimiento inaguantable de soledad me sigue acechando en cada esquina. Intento rehuirlo, unas veces con más éxito que otras. Y como no tengo cerca a nadie a quien contarle mis preocupaciones, he decidido escribirlas y compartirlas con quien libremente quiera escucharlas. Y si estás leyendo esto es porque eres una de esas personas. Gracias.

Hasta pronto,

Amazona

1 comentario:

ISSA dijo...

Querida Amazona, los fantasmas jamás nos abandonan.

Nunca estamos solos. Nos tenemos a nosotros mismos.

Un beso

ISSA